jueves, 28 de marzo de 2013

IDEARIO III


4.- Incondicionalidad es una virtud que inclina a no exigir requisitos previos, ni poner condiciones ni restricciones cuando se trata de obedecer y servir a la Santa Iglesia. Esta virtud debe caracterizar a los incondicionales y la han de cultivar y promover con interés en todos los ambientes.

5.- Incondicionalidad es la respuesta, radical ciertamente, pero coherente y lógica, de los que se sienten obligados a dar a la Iglesia al contemplar lo que ésta es en el plan divino de la salvación de los hombres y al conocer su naturaleza y misión.

      Cristo, mediador único, estableció y mantiene continuamente a su Iglesia Santa en este mundo, como comunidad de fe, esperanza y caridad y como una trabazón visible, por la cual comunica a todos la verdad y la gracia (cf. LG 8). Ella es, por voluntad de Cristo, como un sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf. LG 1). Pueblo mesiánico constituido por Cristo en orden a la comunión de vida, de caridad y de verdad, es empleado también por él como instrumento de la redención universal y enviado a todo el mundo como luz del mundo y sal de la tierra (LG 9). Siendo esto así, los incondicionales entienden que nada pueden hacer mejor que entregarse incondicionalmente a su servicio. Esta creen que puede ser su mejor respuesta.
 
     Actuando ellos así no niegan la legitimidad de otras respuestas, de otros modos de entender la fidelidad a la Santa Iglesia, antes bien, respetan profundamente, aprecian, valoran y tienen en gran estima todos los modos de servirla, aunque ellos prefieren la incondicionalidad.

miércoles, 27 de marzo de 2013

TESTIMONIO

 
Tenemos que confesar a Cristo a través de la palabra y de la vida. El primer medio de evangelización consiste en el testimonio de vida auténticamente cristiana. La vida es auténticamente cristiana cuando es una vida entregada a Dios en una comunión que nada debe interrumpir, y a la vez consagrada igualmente al prójimo con un celo sin límites: En comunión con Dios y en comunión con el prójimo.
 
Para que nuestro testimonio sea auténticamente cristiano, no es suficiente hacer algún que otro acto bueno, por generoso que sea, no es bastante con un gesto; el testimonio ha de ser constante, permanente, siempre, a lo largo de la vida, con todos, en todo.
 
"Vosotros sois mis testigos", dice el Señor. Dar testimonio de Cristo y de su Iglesia no es hacer proselitismo, sino cumplir el mandato del Señor.

martes, 19 de marzo de 2013

MUNDANO

 
 
La "sabiduría del mundo" se ve muy claramente en el libertinaje de la carne y el espíritu, en la sed insaciable y sin entrañas de ganancias sin límite, en la ambición arrolladora. Otras veces esta filosofía materialista y grosera no se ve tan claramente y hay más peligro de dejarse seducir aun por los "buenos". Muchos que resisten al mal cuando se presenta brutalmente, frontalmente, groseramente, sin embargo, cuando se propone el mal no de frente y sin paliativos, sino camuflado, no saben resistir ante insinuaciones que se revisten con capa de compasión, piedad, modernidad, ciencia.
 
Si peligrosa es la sabiduría del mundo que hemos descrito, tan peligrosas son otras máximas del mundo que se insinúan muy sutilmente, de manera difusa menos hiriente a la sensibilidad: es lo que se llama "espíritu del mundo": comodidad, placer, confort, molicie, vida regalada, sensualidad, ir con los tiempos, no hacer el ridículo, seguir la moda, ser moderno, no ser antiguo. No se trata de cosas malísimas. Este espíritu del mundo detiene a muchos en la mediocridad, paraliza el espíritu para no tender a la perfección, frena el apostolado, debilita la fe, aletarga la vida sobrenatural, conduce a la mediocridad y  a la tibieza. "Tienes aspecto de que vives, pero estás muerto" (Ap. 3,1).

sábado, 16 de marzo de 2013

SABIDURIA

 
 
Hay una incompatibilidad total entre la "sabiduría del mundo" y "la sabiduría de Dios", entre Cristo y el "mundo"; por lo cual, es necesario optar por uno o por otro. Algunos cristianos "de nacimiento" no han hecho una opción personal por Cristo y andan en una vida de ambigüedades entre "mundo" y Cristo. Hay que definirse. No podemos ser del mundo y de Cristo.

martes, 15 de marzo de 2011

TESTIGOS DE CRISTO



Hubo un proceso histórico contra Jesús; fue llevado a los tribunales de los poderosos de su tiempo y condenado a muerte. Pero, este proceso no ha terminado. Es una lucha que se prolonga más allá, a lo largo de los siglos, en la Iglesia. Jesús es signo de contradicción: con él, o contra él.



Hay una oposición radical del “mundo” contra Jesús; ese “mundo” ha declarado culpable a Jesús, indeseable, reo de muerte; y así piensan los que siguen criterios de ese “mundo” que no ha aceptado a Dios ni a su Enviado Jesucristo.



“Más vale que muera uno que no todo el pueblo” (Jn. 18,24). Para ellos, Jesús era indigno de vivir, enemigo de los hombres. Hoy, lo mismo. Hay quien pretende hacer justicia a los pobres, liberar a los oprimidos, extender la cultura y hacer progresar a los pueblos, persiguiendo a la Iglesia, arrojando a Cristo de la vida social, de la vida pública y de las conciencias de las gentes. En nombre de la modernidad y de la posmodernidad, se ataca a Cristo y a su Iglesia; los poderes del mundo se oponen al Evangelio y combaten a Jesús y a su Iglesia, creyendo que con ello hacen un bien a la humanidad.



A este proceso los cristianos asistimos como testigos de Jesús, como nos enseño él: “Vosotros seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta el confín de la tierra”. La verdad que proclama el testigo cristiano es la voluntad salvífica de Dios. El testigo que así testifica suscita inevitablemente la oposición de Satanás y se enfrenta con el “mundo” que no acepta a Cristo. Satanás y sus seguidores tienen otro plan, que saben presentar de forma seductora incluso para los elegidos.



Los seguidores de Cristo han de hacer una opción clara y decisiva: con él o contra él. En el gran proceso del mundo contra Cristo y su doctrina, nosotros hemos sido citados como testigos de Jesús.

jueves, 6 de enero de 2011

Ideario II



2. Los Incondicionales tienen como ideal ser "el último de todos y el servidor de todos" (Mc.9,35), a imitación de Nuestro Señor Jesucristo, a quien quieren seguir más de cerca, sobre todo, en su condición de siervo, reconciliador y pacificador. Por él quiso el Padre reconciliar consigo todas las cosas, tanto las del cielo como las de la tierra, pacificándolas por la Sangre de su Cruz. El es también la cabe¬za del Cuerpo, de la Iglesia, y ésta es en él como sacramento, signo e instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de todo el género humano (cf.Col.1,19-20; LG 1). A esta Iglesia Santa, sacra¬mento universal de la salvación, se entregan incondicionalmente los que viven el espíritu de IPSE y se profesan adeptos a ella, a su doc¬trina, disciplina y autoridad, sin límite ni condición alguna.



3. Los Incondicionales se proponen, con la gracia de Dios: a) vivir entregados incondicionalmente al servicio de la Iglesia, donde ella diga y como ella quiera; b) cultivar y promover la incondicio¬nalidad como un carisma al servicio de la Iglesia; c) suscitar incon¬dicionales; d) trabajar incansablemente por la unidad, paz, concor¬dia, fidelidad, obediencia, solidaridad, servicialidad y disponibilidad en la Santa Iglesia y en la sociedad humana; e) reparar con la obla¬ción de sí mismos toda fractura en la comunión eclesial y fraterna y todo enfrentamiento.

domingo, 19 de septiembre de 2010

DE DIOS SOMOS COLABORADORES



1.- DIOS TIENE UN PLAN: Sabemos por revelación que Dios tiene un plan de salvación, una ilusión, un designio de amor. “Quiso el Señor por su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad”(DV2).

2.- ESTE ES EL PLAN: Podemos distinguir como tres grandes líneas en el plan de Dios: la persona humana, Jesucristo, la Iglesia; las personas que hay que salvar; Jesucristo, que es el único Salvador; la Iglesia, que es el sacramento universal de salvación. Tres grandes ilusiones de Dios, tres grandes amores de Dios: la persona humana, Jesucristo, la Iglesia. Tres grandes amores ha de haber en nuestros corazones: las personas, Jesucristo, la Iglesia; éstos han de ser nuestros tres grandes ideales, nuestras tres grandes ilusiones, para que Dios sea glorificado.

a) La persona humana.- La dignidad de la persona radica en

haber sido llamada e invitada por Dios a establecer con Él una relación personal.

La persona es “un alma en un cuerpo y en el alma, Dios” (Tertuliano). Todo lo hemos de juzgar desde la fe, que no es negación de lo humano, sino perfeccionamiento.

Somos de Dios y para Dios. Llevamos la imagen de Dios impresa en nuestro ser, vivamos a semejanza de Dios, que se nos ha revelado en Cristo.

Hemos de descubrir y respetar la dignidad de la persona humana, de toda persona humana. ”Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad” (S.8) La persona humana vale más que las cosas.

Cristo nos enseña a mirar a las personas, a tratar a las personas. El siempre adopta una actitud de respeto, no se burla de nadie, no ironiza, acoge a todos, a todos llama por su nombre, se hace hombre.

Las diferencias naturales que hay entre unos y otros son mínimas y accidentales en comparación con la igualdad fundamental y la identidad esencial entre todos. Cuando se dan diferencias notables no se cumple el plan de Dios; Dios no quiere que unos hijos suyos sean los privilegiados y otros los desheredados, estas diferencias son fruto de nuestro pecado.

“Lo que hagáis a cualquiera de éstos me lo hacéis a mí”, dice el Señor. Hemos de mirar a Dios frecuentemente, para que se nos desdibuje el verdadero rostro del ser humano. Es preciso mirar el diseño divino según el cual ha sido creado el hombre.

Todo lo hemos de mirar desde la perspectiva de la fe; no podemos juzgar al hombre y las cosas sólo desde la pura racionalidad.

Somos compañeros de trabajo de Dios, trabajadores de su viña, y por tanto en constante referencia a él, que es el dueño y principal trabajador.

Hemos de respetar el orden natural establecido por Dios. El progreso de la naturaleza no se opone al plan de Dios, sino que es un mandato del Señor. El progreso de las ciencias, la técnica, las artes, es una exigencia de la fe. No puede haber oposición entre fe y cultura.

Colaboramos en la obra de la redención y santificación de Dios con el trabajo y la vida familiar, con el apostolado y la vida consagrada al Señor.

Las personas santas son las más excelentes colaboradoras de Dios.

b) Jesucristo.- En la carta a los efesios, el mismo apóstol entona un himno al plan salvífico de Dios. Distingue tres momentos culminantes del plan salvífico de Dios: la predestinación por la que somos elegidos en Cristo antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables ante él por el amor; la redención, realizada por la sangre de Cristo, que comprende la remisión de los pecados y la recapitulación de todas las cosas en él; y la asimilación de la obra de Cristo por parte de los cristianos.

“Yo soy el camino, la verdad, la vida: nadie viene al Padre sino por mí” (Jn 14,6) Jesús es el único capaz de revelar y llevar a Dios. Lo nuestro es dirigir la mirada de las personas y orientar la conciencia y la experiencia

de las personas hacia el misterio de Cristo, y esto frente a la difusión de nuevas concepciones teológicas (RMis. 4) No podemos entrar en comunión con Dios sino es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo.

La Iglesia católica anuncia y tiene la obligación de anunciar a Cristo. Dios quiere salvar a todos en Jesucristo, único Mediador entre Dios y los hombres, porque los ha redimido a todos. El Misterio Pascual está abierto igualmente a todos los hombres y en él para todos está abierto también el camino hacia la salvación eterna.

“Cristo es absolutamente original, único e irrepetible. Si fuera solamente un sabio como Sócrates, si fuera un profeta como Mahoma, si fuera un iluminado como Buda, no sería sin duda lo que es. Y es el único Mediador entre Dios y los hombres” (Juan Pablo II). No podemos menos de proclamarlo.

c) La Iglesia.- La Iglesia ocupa un lugar definitivo en la realización del plan divino de salvación. El hombre se salva en la Iglesia en cuanto es introducido en el misterio trinitario de Dios, es decir, en el misterio de la íntima vida divina.

Cristo es el verdadero autor de la salvación de la humanidad. La Iglesia lo es en cuanto que actúa por Cristo y en Cristo. No pueden salvarse aquellos hombres que, no ignorando que la Iglesia Católica ha sido fundada como necesaria por medio de Cristo, no quieren entrar en ella o en ella perseverar (LG14). Los hombres se salvan mediante la Iglesia, se salvan en la Iglesia, pero siempre se salvan gracias a Cristo. Esto no se puede tachar de eclesiocentrismo.

Hemos de provocar y vivir el sentido de la Iglesia, una espiritualidad eclesial, un gran amor y servicio incondicional a la Santa Iglesia.

3.- NUESTRA ACTITUD ANTE EL PLAN DE DIOS.- Es verdad que hay un “misterio de iniquidad” (2 Tes 2,7) que maquina contra Dios y se opone a todo lo que se relaciona con él (cf. Jn 8,44). Pero, hemos de ser sinceros y honrados. Todos nos hemos de sentir culpables y responsables del desconocimiento y del rechazo de Dios.

No siempre hemos presentado el mensaje de Jesús como es, en su autenticidad; a veces mutilado; a veces, en convivencia con situaciones de marginación o dominio. Al no presentar correctamente y limpiamente el Evangelio en su autenticidad, no ha convencido o ha sido mal interpretado. No siempre hemos hecho presente al Dios vivo y verdadero, al Dios-Amor, al Dios misericordioso, al Dios que salva, porque nuestros comportamientos no han sido correctos y coherentes. “La verdad de Dios no puede ser predicada y realizada de ningún otro modo que amando” (Juan Pablo II)

No hay más plan de salvación que el plan divino realizado en Cristo. Ante este plan, tres actitudes claras: conocerlo, entusiasmarnos, entregarnos.