domingo, 19 de septiembre de 2010

DE DIOS SOMOS COLABORADORES



1.- DIOS TIENE UN PLAN: Sabemos por revelación que Dios tiene un plan de salvación, una ilusión, un designio de amor. “Quiso el Señor por su bondad y sabiduría revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad”(DV2).

2.- ESTE ES EL PLAN: Podemos distinguir como tres grandes líneas en el plan de Dios: la persona humana, Jesucristo, la Iglesia; las personas que hay que salvar; Jesucristo, que es el único Salvador; la Iglesia, que es el sacramento universal de salvación. Tres grandes ilusiones de Dios, tres grandes amores de Dios: la persona humana, Jesucristo, la Iglesia. Tres grandes amores ha de haber en nuestros corazones: las personas, Jesucristo, la Iglesia; éstos han de ser nuestros tres grandes ideales, nuestras tres grandes ilusiones, para que Dios sea glorificado.

a) La persona humana.- La dignidad de la persona radica en

haber sido llamada e invitada por Dios a establecer con Él una relación personal.

La persona es “un alma en un cuerpo y en el alma, Dios” (Tertuliano). Todo lo hemos de juzgar desde la fe, que no es negación de lo humano, sino perfeccionamiento.

Somos de Dios y para Dios. Llevamos la imagen de Dios impresa en nuestro ser, vivamos a semejanza de Dios, que se nos ha revelado en Cristo.

Hemos de descubrir y respetar la dignidad de la persona humana, de toda persona humana. ”Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad” (S.8) La persona humana vale más que las cosas.

Cristo nos enseña a mirar a las personas, a tratar a las personas. El siempre adopta una actitud de respeto, no se burla de nadie, no ironiza, acoge a todos, a todos llama por su nombre, se hace hombre.

Las diferencias naturales que hay entre unos y otros son mínimas y accidentales en comparación con la igualdad fundamental y la identidad esencial entre todos. Cuando se dan diferencias notables no se cumple el plan de Dios; Dios no quiere que unos hijos suyos sean los privilegiados y otros los desheredados, estas diferencias son fruto de nuestro pecado.

“Lo que hagáis a cualquiera de éstos me lo hacéis a mí”, dice el Señor. Hemos de mirar a Dios frecuentemente, para que se nos desdibuje el verdadero rostro del ser humano. Es preciso mirar el diseño divino según el cual ha sido creado el hombre.

Todo lo hemos de mirar desde la perspectiva de la fe; no podemos juzgar al hombre y las cosas sólo desde la pura racionalidad.

Somos compañeros de trabajo de Dios, trabajadores de su viña, y por tanto en constante referencia a él, que es el dueño y principal trabajador.

Hemos de respetar el orden natural establecido por Dios. El progreso de la naturaleza no se opone al plan de Dios, sino que es un mandato del Señor. El progreso de las ciencias, la técnica, las artes, es una exigencia de la fe. No puede haber oposición entre fe y cultura.

Colaboramos en la obra de la redención y santificación de Dios con el trabajo y la vida familiar, con el apostolado y la vida consagrada al Señor.

Las personas santas son las más excelentes colaboradoras de Dios.

b) Jesucristo.- En la carta a los efesios, el mismo apóstol entona un himno al plan salvífico de Dios. Distingue tres momentos culminantes del plan salvífico de Dios: la predestinación por la que somos elegidos en Cristo antes de la creación del mundo para ser santos e irreprochables ante él por el amor; la redención, realizada por la sangre de Cristo, que comprende la remisión de los pecados y la recapitulación de todas las cosas en él; y la asimilación de la obra de Cristo por parte de los cristianos.

“Yo soy el camino, la verdad, la vida: nadie viene al Padre sino por mí” (Jn 14,6) Jesús es el único capaz de revelar y llevar a Dios. Lo nuestro es dirigir la mirada de las personas y orientar la conciencia y la experiencia

de las personas hacia el misterio de Cristo, y esto frente a la difusión de nuevas concepciones teológicas (RMis. 4) No podemos entrar en comunión con Dios sino es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu Santo.

La Iglesia católica anuncia y tiene la obligación de anunciar a Cristo. Dios quiere salvar a todos en Jesucristo, único Mediador entre Dios y los hombres, porque los ha redimido a todos. El Misterio Pascual está abierto igualmente a todos los hombres y en él para todos está abierto también el camino hacia la salvación eterna.

“Cristo es absolutamente original, único e irrepetible. Si fuera solamente un sabio como Sócrates, si fuera un profeta como Mahoma, si fuera un iluminado como Buda, no sería sin duda lo que es. Y es el único Mediador entre Dios y los hombres” (Juan Pablo II). No podemos menos de proclamarlo.

c) La Iglesia.- La Iglesia ocupa un lugar definitivo en la realización del plan divino de salvación. El hombre se salva en la Iglesia en cuanto es introducido en el misterio trinitario de Dios, es decir, en el misterio de la íntima vida divina.

Cristo es el verdadero autor de la salvación de la humanidad. La Iglesia lo es en cuanto que actúa por Cristo y en Cristo. No pueden salvarse aquellos hombres que, no ignorando que la Iglesia Católica ha sido fundada como necesaria por medio de Cristo, no quieren entrar en ella o en ella perseverar (LG14). Los hombres se salvan mediante la Iglesia, se salvan en la Iglesia, pero siempre se salvan gracias a Cristo. Esto no se puede tachar de eclesiocentrismo.

Hemos de provocar y vivir el sentido de la Iglesia, una espiritualidad eclesial, un gran amor y servicio incondicional a la Santa Iglesia.

3.- NUESTRA ACTITUD ANTE EL PLAN DE DIOS.- Es verdad que hay un “misterio de iniquidad” (2 Tes 2,7) que maquina contra Dios y se opone a todo lo que se relaciona con él (cf. Jn 8,44). Pero, hemos de ser sinceros y honrados. Todos nos hemos de sentir culpables y responsables del desconocimiento y del rechazo de Dios.

No siempre hemos presentado el mensaje de Jesús como es, en su autenticidad; a veces mutilado; a veces, en convivencia con situaciones de marginación o dominio. Al no presentar correctamente y limpiamente el Evangelio en su autenticidad, no ha convencido o ha sido mal interpretado. No siempre hemos hecho presente al Dios vivo y verdadero, al Dios-Amor, al Dios misericordioso, al Dios que salva, porque nuestros comportamientos no han sido correctos y coherentes. “La verdad de Dios no puede ser predicada y realizada de ningún otro modo que amando” (Juan Pablo II)

No hay más plan de salvación que el plan divino realizado en Cristo. Ante este plan, tres actitudes claras: conocerlo, entusiasmarnos, entregarnos.

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